Mantener el grupo inmantado, lograr el apoyo de la comunidad, y abrir canales de diálogo: algunos aprendizajes a 14 años de la hazaña del Molino Santa Rosa

Santa Rosa

No siempre las crisis son sinónimo de descalabro. Algunas experiencias demuestran que, aún en la tragedia, hay lugar para la esperanza. Los números no mienten: unos mil quinientos puestos de trabajo fueron recuperados durante la última crisis económica bajo el impulso de las luchas obreras que cundieron en la escena local desde la trágica década de los noventa hasta los primeros albores del nuevo siglo. Se trató, resume Carlos Reyes, cooperativista del Molino Santa Rosa, del punta pié inicial de una “segunda generación de empresas recuperadas”. Si en Uruguay, durante la década del sesenta, el Molino Caorsi de Tacuarembó fue un emblema de aquél primer impulso de recuperación de empresas a manos obreras, en los noventa fue otra vez un molino -en este caso el de Santa Rosa- el encargado de mostrar que otra forma de gestión es posible.

La coyuntura lucía complicada in extremis. Uruguay venía del atraso cambiario de los años noventa. A los padecimientos de una economía local en crisis se sumaba un clima regional particularmente debilitado tras sucesivas devaluaciones en los países vecinos, Argentina y Brasil, y los coletazos de la crisis mexicana, a los que los expertos llamaron “efecto Tequila”. “Eran tiempos nefastos para el sector productivo: importábamos todo. Adentro sólo esperábamos lo que llegara de afuera”, grafica Reyes. Sin embargo, aún en ese contexto, un grupo de trabajadores decidió organizarse y resistir. Los números dan una idea de la magnitud de la proeza: 25 por ciento de desocupación en el país, una deuda que excedía diez veces el patrimonio del molino, ningún interesado en adquirir la empresa.

La pregunta aún resuena entre el trigo y la harina: ¿cómo hicieron estos trabajadores para convertir la adversidad en oportunidades? ¿Cuáles fueron las herramientas de las que se forjaron para revertir tan dramática coyuntura? El primer paso, repasa Reyes, es hacerse con los bienes de la empresa. Pero, casi a la par, negociar con el principal acreedor: el banco. Fue así que los trabajadores acordaron una fórmula de pago para con una deuda que excedía diez veces el patrimonio del molino. “El propio banco catalogaba esa deuda como incobrable”, recuerda Javier. La empresa buscó en el orden de lo novedoso. Y logró cancelar parte de la deuda mediante la adquisición de nuevas tecnologías. Fundamental en este proceso, repasa Reyes, fue mantener al grupo de trabajadores inmantado, lograr el apoyo de la comunidad, y mantener un diálogo constante con las autoridades de gobierno. Las propias características de este tipo de emprendimientos requiere un período de comprensión de sus complejidades.

Tras el molino Santa Rosa, muchos otros emprendimientos autogestionarios y cooperativos siguieron sus pasos. Hoy, se calcula que los trabajadores uruguayos recuperaron cerca de treinta emprendimientos en el país. Se estiman en seiscientas las cooperativas de trabajo. Y la economía social es el 2,5 por ciento del producto interno bruto. Ahora, cuando las nubes de la crisis internacional llevan la desgracia a otra parte, la música requiere sinfonía fina. Pero parte de la partitura ya está escrita. Y tiene la marca del sur.

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